miércoles, 26 de febrero de 2014

Cobre de tiempo

En el espacio entre dos latidos
peca de música y poesía.
Sus ojos en su senda perdidos
van paso a paso viviendo olvidos
que la memoria reprocharía.

Sólo puede ver de dónde viene
de espaldas caminando hacia atrás.
A veces el amor la detiene
y deja que el corazón se apene
con lo que supo vivir de más.

Disfruta siempre con certeza
de que volverá sobre sus pasos,
que es polvo en su huella la pereza,
que por renacer camina y reza

acunando muertes en sus brazos.

viernes, 14 de febrero de 2014

Vino

∆ En tu boca el veneno, en el puñal el antídoto.
∆ El azúcar de la vid es el alcohol del vino; las alegrías de tu risa son desenlaces mareados en el lagar de mi vida.
∆ El negro tomaba un vino oscuro como su piel, rojo como su sangre, triste como su fin.
∆ Baila una idea en el vaso. Yo no sé porqué no me la trago de una buena vez.
∆ Combina tu sonrisa con tu copa. Las dos son tan frágiles como tu momento.
∆ Su voz caía sobre mi pecho, derramando la embriaguez de la última noche.
∆ 700 dotaciones y no podrán detenerme. Mozo, otra botella.
∆ El olor a vino dispersó toda duda. Ningún borracho puede ser tan poeta.
∆ Quiero tu dirección, tu espalda, la noche y una copa de tu vino.
∆ Loncoteando con el vino, durmiendo esperanzas, madrugando realidades.
∆ Duerme niño, duérmete ya. Que tu madre hoy tiene alcohol y belleza y no volverá.
∆ El malbec y el desierto. Sangre de Mendoza.
∆ A grandes sorbos pedía silencio.
∆ La casa encanecida, las luces apagadas, la mesa limpia. La copa medio vacía.
∆ Cuando algo se me mete ya no hay quien lo saque. Todo empezó cuando te vi bebiendo graciosa.
∆ Ella tiene cuerpo, pero no aroma, acaso un poco de madera, pero sin alma.
∆ Litro y medio de vino y ni una tristeza. La vida pierde por goleada.
∆ Se puede cantar bien y entonces se canta; o se puede cantar con vino tinto, y entonces todo canta con uno.
∆ Nos parecemos en el vino. Y cuando te vas. Fuera de eso somos distintos.
∆ Viento sobre vino sobre viento. Todo pasa y queda como una resaca que es también viento.
∆ Ese vino era joven y con razón pintan a Cúpido culillo.
∆ Lustré mis zapatos con vino para acomodar mis pasos mareados.
∆ Fiera sensación de vinagre fermentando en tus pechos.
∆ Bailan las paredes a mi alrededor. Me agarro a la botella. También ella quiere bailar.
∆ El borracho carga el bulto y sigue destino adelante, camino, el horizonte vinoso.
∆ Con la fe de un santo descorchaba el vino de su viña.

∆ Ciego, pero con la nariz, el paladar y las ganas de un buen vino.

jueves, 6 de febrero de 2014

Tranco gringo

La guitarra no era el instrumento. Más de una vez oímos sus melodías sin que su mano la tocara. Es el viento que mueve las cuerdas, decía alguien. No sé, no sé, me acomodaba yo. Lo cierto era que los que lo veían tocar sentían como si él más que el ejecutante fuera otra pieza de un mecanismo delicado. Y si me dejan arriesgar les confesaré que siempre me pareció que el instrumento era él y no la guitarra, ella lo hacía sonar tan lindo a él, tan lindo que daba gusto.
Se sentaba, elegía uno de los cigarrillos que había armado por la mañana, lo llevaba a la boca, lo encendía y aspiraba. Sonreía y recién entonces tomaba la guitarra y sin sacarse un segundo el armado de la boca destrenzaba la música de las cuerdas. Sólo fumaba para tocar, jamás fumaba sin su guitarra. A su vez nunca tocaba sin fumar. Apretaba el pucho con la comisura izquierda de su sonrisa, sonrisa torcida, dolorosa. Y la brasa parecía quemarle la vista y las entrañas. Cerraba los ojos y fumaba por dentro. Y medía las pitadas para que la última ceniza cayera con la última nota. Así cada tema era un cigarrillo y cuando ya le quedaba solo uno sonreía y se iba con su guitarra. Decían que ese último cigarrillo era siempre el mismo y que no lo fumaba nunca. Los dioses también pueden ser supersticiosos.
Al rato ya le pedían: tocate “La refalosa”, “La pobrecita”, “La tristecita”.  Y él las tocaba todas hasta la última pitada, hasta el último cigarrillo. Y cada vez más gente pidiendo, limosneando música, rodeándolo, como si no quisieran que el arte se escapara por entre sus cuerpos. Y él sonreía torcida y dolorosamente.
Pero hubo una última vez. Fue después de haber sonreído, después de haber liberado una chacarera. Y frente a él todos pedían sus preferencias. Él tomó el penúltimo armado, buscó una cara para elegir un último tema. Un petiso se adelantó. Tenía la cara deforme, las orejas arrugadas, mochas, los ojos negros, la cara brutalmente peluda. Encendió el armado y dio la primera pitada esperando que el enano le pidiera un toque. El fiero hombrecito, escupiendo entre los labios partidos, gritó insolentemente: ¡”Tranco gringo”!, ¡Toca “Tranco gringo”! Nadie conocía ese tema. Él tomo la guitarra y se la pasó al petiso. Sin sentarse y agarrando como podía la guitarra el cretino sacó una melodía. No, no tocaba mal. Ni bien tampoco. No tocaba. La música lo tocó a él; la guitarra cambió su instrumento. El viejo no lloró, no se inmutó, no sintió celos. Sólo pisó con la alpargata la chala de su armado en la última nota.
Nadie sabe qué pasó después. Hay quien dice que destrozó su guitarra. Otros piensan que jamás volvió a tocar. Se dice, sí, que al irse encendió el último cigarrillo. Tal vez murió en ese instante, o un poco después, en la última pitada.