-Sí señor Rubén, llamaron. Pero fue
número equivocado, un hombre, tenía la voz cascada, como de viejo. Parecía
desesperado y quería hablar con... no me acuerdo. No me acuerdo.
-Está bien Clara, no te preocupés. Si
llaman para mí, avísame, sino no te preocupés.
Era tan satisfactorio saber qué
estaba pensando y qué diciendo para actuar en consecuencia, para sentirme dueño
de mí mismo. Lo otro es tan confuso. A la hora todo se volvió más triste. Hay
razones que hacen al mundo triste. Un llamado telefónico, por ejemplo.
-Señor Rubén, el hombre volvió a
llamar. Volvió a preguntar. Yo le dije que aquí no vive nadie con ese nombre.
Parece desesperado.
-Está bien, Clara. Si vuelve a llamar
decile que aquí sólo vive Rubén. Rubén Ciseña. Y háblale claro, pobre mujer.
No sé por qué le dije eso si no lo
pensé. Qué tristeza. Una hora después, sólo que para mí el tiempo era más
rápido, como un triste cazador certero, apunta, dispara, mata, llamaron por
tercera vez. Un cazador certero. Lector, estate atento a los cazadores, también
por tercera vez.
-Sí señor, le expliqué que usted se
llama Rubén, Rubén Ciseña y que yo debía ser clara, yo que ya lo era. Él dice
que quiere hablar con usted. Está desesperado.
-Pero, ¿con quién quiere hablar?
-Con usted, pero él cree que usted es
otro.
-Clara, me desesperás. Vamos a ver.
Yo estoy trabajando. Decíle que me llame luego.
-Señor Rubén, está desesperado por
hablarle.
-Pero no por hablarme a mí, sino a
otro. Si entendieras que tengo la mente en otras cosas y no puedo pensar en
pequeñeces, para eso te pago, pero quiero que me entendás y voy a hablar
despacio, claramente, para vos. Yo soy Rubén. Rubén Ciseña. Si llaman por
Rubén, llaman por mí; si llaman por otro, no llaman por mí.
A la hora la voz de Clara se dejaría
escuchar para decir algo más o menos como lo que sigue:
-Señor, volvió a llamar, dice que
está desesperado.
-Clara, cuando termine el día estarás
despedida y esta vez es en serio. Mujer, me agotás. Estoy cansado de tu peinado
y tu vestido siempre rojo siempre sucio y tu cara tan dibujada, tan artificial,
clara, pero artificial. No debí decir eso. Disculpá, estoy sólo pensando.
Decile que me llame acá. Decile que no estoy trabajando. Decile que me ha
desesperado. Vamos, Clara, no llorés, encontrarás otro trabajo y sabés que te
estimaría si no fueras tan inútil.
Ahora sólo escribo porque escribiendo
se mezclan los pensamientos y los dichos, pero hablando, hablando se me
confunde y el mundo era alegre cuando no se me confundía todo y Clara no me
llamaba y era buena y trabajaba para mí y yo decía lo que decía y pensaba lo
que pensaba y no al revés. Y por qué quiere hablar conmigo, un viejo desesperado,
tratando de encontrar a quién en mí, tan equivocado, equivocado como un triste
cazador certero que erró al gamo y le dio al perro. No, no, no. Yo soy Rubén.
Rubén Ciseña. Y eso al menos lo dejaré, lo dejaré en claro.
-Disculpe, me dieron este número para
que le hablara. Estoy desesperado.
-Señor, estoy trabajando. Le dijeron
que no pero era mentira. Seré claro. Yo soy Rubén.
-Disculpe, me dieron este número para
que le hablara. Estoy desesperado.
-Pero es que yo soy otro. Usted no me
busca a mí al buscarme. Yo no soy el que le habla cuando usted cree que le
hablo. Pero aún soy el que piensa y no el que habla.
-Disculpe, me dieron este número para
que le hablara. Estoy desesperado.
-Pero está claro. Usted es el
cazador, llama al cervatillo. Yo soy el perro. No dispare. ¡No dispare! No es
mi aullido el que busca, la sangre, la sangre que busca es de otro tono. Yo no
soy ése. Yo casi no soy. Tantas llamadas y ya se me confunde lo que y pienso lo
que y digo lo que. Es decir. No sé. Qué desesperado. ¿Quién la claridad y el
cazador? Hábleme, hábleme, estoy desesperado. ¿Quién es usted? ¿Quién maldito
pensamiento hecho palabra?
-Yo soy Rubén. Rubén Ciseña. Busco a Daniel Chamorro. Necesito hablar
con usted, estoy desesperado, desesperado.