sábado, 5 de octubre de 2013

CON-JUGANDO

A ella le importó poco la diferencia de edad, ¿qué son 15 años?, y se
pasó del asiento de conductor al de acompañante, asiento que yo,
bastante asustado, ocupaba.

-Ahora tu profesora te va a dar una clase de lengua. Y abrazándome con los ojos agarró mi cabeza con sus manos y la llevó a su boca. Lo demás
fue pura filología y retórica corporal.

El respaldo cedió a las fuerzas y se reclinó siguiendo el patrón de
una primera declinación, regular, precisa, lenta, prometedora. Ella
practicó en mí todas las vocales y gran parte de las consonantes: la
be, en mis labios; la efe en mis oídos, una pe en mi mentón y una ese,
bífida, venenosa entre mis dedos.

No me habló de su pretérito imperfecto ni me impuso condicionales
simples. Todo fue un subjuntivo con momentos de sutiles y silenciosos
imperativos compuestos.

Los movimientos pasaron de lo grave a lo agudo manteniéndose luego en un esdrújulo pianissimo  contenuto. Y las frases dejaron de ser
frases y dejaron de ser oraciones y palabras. Poco después ya nos
hablábamos con sólo morfemas y hasta fonemas.

El sujeto de su deseo perdía adjetivaciones para predicar
objetivamente el verbo de mi cuerpo. Ella misma me despojaba de las
ropas que modificaban tan indirecta como inútilmente el núcleo de mis
proposiciones adverbiales.

Yo quedé inmediatamente subordinado. Ya no coordinaba mis niveles.
Acaso podía murmurar un oscuro tonema, un gemido, una pausa. Pero para
qué. Mejor dejar todo eso como un sujeto tácito, o mejor aún, como una
elipsis en una noche unimembre.

Yo le dije que la amaba y ella me calló y dijo que eso era literatura,
anulando de ese modo mis intenciones de futuro imperfecto y cualquier
posibilidad de indicativo que no fuese un llano presente.

Se reiteraron algunos símiles absurdos, sinónimos, hipónimos y hasta
hubo movimientos antónimos que se desencadenaban como redes de sentido
sin sentido, esquemas de acentuación y fórmulas que yo olvidaría pero
que en ese instante me descifraban su ortografía.

El prefijo de sus besos, sus pechos en anáfora y aposición. El tema y
el rema de su abdomen. La fuerza de su cuello en concordancia con
las conjunciones de sus hombros y sus dedos adjetivos colectivos que
en tropel se dejaban derivar por mi sintaxis. Y sus caderas, y su
pubis gentilicio. Las piernas sin género ni número, pero con fuerza y
con ánimo. Y el momento singular y tónico y la música lunar del
carestereo como complemento circunstancial y un extraño sentimiento de
régimen verbal.

A ella le importó poco la diferencia de edad. Me dió una clase de
lengua y yo, que no sabía nada, aprendí que "placer" es un verbo
irregular por diptongación de la segunda con-jugación, que se conjuega
de a dos.

Vaya a saber dónde está ella ahora. Yo busco y no encuentro alguien

con quién placer este momento.

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