No vale la pena en realidad tanto
exilio.
Che, me decía en esa época, qué
esperás para venir conmigo. Y yo la dejaba ir con esa vieja mala costumbre de
Eva que la llenó de telas, que la hacían sentir proscripta en tanto paraíso. Es
que tenía esos aires de etérea y no iba a ser yo el que la desmintiera.
Se había acostumbrado a estar yéndose.
Mirá, le dije una vez, si te cansás
de todo eso podés venir a buscarme. Parece que nunca se cansó o no la convenció
este otro ostracismo. No sé qué fue después de ella. Las calles la digirieron o
se fue tan lejos que se hizo invisible. Sí sé que desde la última vez que
estuvo acá, está cada vez más presente. Que su retiro no me abandonó. Que la
seguí aunque me quedé.
De dónde estarás yéndote ahora que te
extrañó. A quién dejarás en noches como estas en las que me pregunto si vale la
pena en realidad tanto exilio.