Adicta a la tierra y al aire, y sin
la prisa bruta esa, la de tantas otras muertes, ella se dejó crecer de semilla
llena pura. No por costumbre, sino por convicción, respiró tranquila esta vez,
una nueva vez. Repitió uno y otro los viejos ritos: apertura, nacimiento y
cierre, la vieja rutina de dejarse ser para los demás solo un tallo en busca de
la luz redentora. Y no había más que oscuridad.
A pura maña se calzó la vida a pesar
de las tantas otras muertes, le faltaban dedos para contarlas. Su mala
conducta, decían las viejas. A ella le sonreía saber esa envidia que de nada le
servía más que de abono.
Método y estilo, se decía. Sin
pensamiento ni querencia mostraba su hábito. El truco no era más que ser espejo.
Tanto otoño la dejó emboscada detrás
de cualquier remordimiento. La lluvia la mojó una noche. Se hizo por fin ella
misma. Se cansó de todo. Mirala vos, dijeron entonces las viejas, se llenó de
flores la pendeja. Y en realidad, cansada, se había disfrazado de tumba y ya no
respiró una nueva vez.
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