domingo, 9 de marzo de 2014

Cristo cerrero

Mesías de gente
que no alcanza a ser pueblo,
Mesías de tierra,
Mesías de campo seco.

Que de cien huellas curvas
hacés camino recto,
que de cien noches claras
hacés refugio del miedo.

Cristo cerrero,
habitante solitario
de campos desiertos
rezando quién sabe
qué rosarios de nuevo.

Sin calma, sin pausa,
sin prisa, sin aliento,
sin muerte, sin cruz,
crucificado en el tiempo.

Cristo cerrero,
susurro de zonda
bajando violento
arrastrando consigo
arenales eternos.

Vino de miseria,
comunión de pan viejo,
para un hombre guardado fresco
para compartir con el viajero.

Cristo cerrero,
solitario, abandonado,
sin Judas, sin María, sin Pedro,
perdido desde niño en las montañas
que son su único templo.

Templo lleno de espinas
como su propio cuerpo,
cuerpo vacío de sangre
pero lleno de aliento.

Cristo cerrero,
vagando tranquilo
entre los ranchos de los puesteros
con sólo una manta
su caballo y cuatro perros,

más pastor que nunca
va visitando enfermos,
va devolviendo la vista,
va resucitando muertos.

Cristo cerrero,
que no para de resucitar
y nace en su mismo entierro,
que se disfraza de pena
para florecer en los inviernos.

Que se oculta en las rocas
y predica en silencio
sin más bienaventuranzas
que las que publica su sufrimiento.

Cristo cerrero,
entre chañares y arroyos
perdidos, fríos de deshielo,
su camino para el pobre
es el único evangelio.

Y tras su huella milagrosa
retamo y cardo van floreciendo
tras su sombra silenciosa
él mismo va muriendo.

No hay comentarios: