Convengamos que nunca fue muy expresiva, pobre.
Nunca una sonrisa, una carita, un guiño, nada, ni de lástima.
Los primeros
días creímos que se había quedado pensativa. Decíle algo, vos que sos el novio,
me decía la madre. Y yo no le decía nada porque por ahí estaba fingiendo, o a
lo mejor pensaba cosas lindas o resolvía el teorema de Fermat y para qué
interrumpirla con mis comentarios siempre tan superfluos, feliz cumpleaños, te
amo, llueve, te voy a meter adentro y cosas así.
Yo la dejaba
cavilando todo el tiempo que ella quisiese y creo que por eso me amaba. Cuando
la conocí era tan fría. Y cuando me le acerqué se puso helada. No decía ni una
palabra. Por eso no me rechazó.
Poco a poco me
fui acostumbrando, no es fácil, no vaya a creer. Ella agarra y es capaz de
estar callada durante meses. Y no se le caía un demostración de cariño, eh. Ah,
pero eso sí, cuando se lo proponía era encantadora y rompía todas las
estructuras. Me pareció más de una vez alcanzar un parpadeo fugitivo. Incluso
una vez estornudó, imagínese mi alegría al decirle, salud. Nunca nos habíamos
comunicado tan bien, nunca habíamos estado tan cerca.
Era divina, lo
que se dice una chica de su casa. Nada de andar por ahí compadreando con los
muchachos como esas descaradas. Ella no. Tímida, sí, pero no tanto que nunca la
vi sonrojarse y eso que, estando tanto tiempo pensando, debía pensar cada cosa.
Digo yo, no sé.
A veces me
hacía sentir un poco solo y entonces yo trataba de sacarle conversación, Che,
qué linda que estás hoy, me parece o has pegado un estirón, qué lo tiró cómo
has crecido. Y ella se hacía la que no escuchaba, para hacerme sufrir, jugando
se entiende, para hacerse la interesante me dijo Fabián.
Decir que no
le conozco la voz, que a veces sospecho que está embalsamada, que parece un
vegetal, salvo que los vegetales por lo menos crecen, florecen o se llenan de
hongos, todo puede parecer frívolo de mi parte. Pero qué sé yo, a veces me
hubiera gustado tener una novia que se ría de mis chistes o que me mire a los
ojos, no sé, que no haya que entrarla cuando empieza a llover o sacarle las
hormigas que le caminan por las pestañas cuando hay viento.
Cuando
consiguió trabajo me asusté. Me pareció que estaba pálida, el stress, pensé y
todo eso. Yo le dije que lo dejara y no sé si me hizo caso, yo por las dudas no
la llevé más. De todas formas el de maniquí es un trabajo tedioso que le
quitaba mucho tiempo. Y todos pasaban y la miraban como si fuera un bicho de
zoológico, no, no me gustaba.
Al principio
me dije, será una persona callada y qué sé yo. Después uno dice no, no puede
ser tan callada, se debe estar haciendo. Y me le quedaba las horas mirando para
ver si en alguna distracción se le escapaba un gesto y no, dura che, estatua la
mina. A los cinco años yo le dije, che, si es broma andá aflojando, ya estuvo
bueno, largá. Para qué habré abierto la boca. Me sentí tan mal. Me pareció que
desde ese momento ella estaba más distante y que dejó de ser la mujer
apasionada que era antes. Y sí, no debe ser lindo que te digan esas cosas.
La vuelta que
me enojé feo fue cuando esa vez que la llevé a la plaza y estaba ella sentada y
vino un langa y le preguntó por no sé qué calle. Y la señorita haciéndose la
muy mística interesante al tipo ése que no conocía. No. Le armé un lío bárbaro.
Qué tiene que andar haciendo nuestro jueguito con cualquiera. Ahí le aclaré los
tantos. Porque a las mujeres hay que ponerles sus límites, como me dijo Fabián,
más cuando son así caprichosas.
Y yo le seguía
la corriente, le decía, che, qué estás pensando. Me preguntaba cuál sería la
primera palabra que me iba a decir, ¿sería una sentencia sabia, la cifra de la
inmortalidad?, ¿o directamente un perdoná, me colgué, qué decías?
Yo hacía de
todo. Probé con cosquillas, chistes, escenas. Una vez quise hacerle dar celos,
llegué lejos, creo que no se enteró.
Pero no saben.
Un carácter tenía. Yo no hubiera soportado vivir con ella. Me acuerdo que se
enojaba tanto conmigo que ni abría las cartas que le mandaba.
Yo ya me iba
cansando de todo eso, pero seguía con ella más que nada porque no era muy
exigente y me salía barata. Otras novias te piden regalos, salidas,
aniversarios, bodas. Ella parecía conformarse con tan poco.
Cuando
vinieron los médicos se alarmaron. Decían que estaba como muerta, que había que
hacer algo, que por qué no la habíamos llevado. Yo pensé que era anemia no más,
les dije. La vinieron a ver especialistas, estuvo internada dos años soportando
estoicamente, sin soltar un pero. La enterramos en el cementerio de La Dormida,
en el noventa y ocho, un cajón lindo, con un buen acolchado, para que estuviera
cómoda si se despertaba. Yo todavía la voy a ver seguido. Me da la sensación de
que va a salir, me va a dar un beso y me va a decir, fue una joda tonto.
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