La culpa de
las tintas que ensucian las manos
no ensucian
las huellas que dejamos en los años.
Las primeras
flores se olisquean
en la sutil
maraña de este infierno,
la imagen
empalidecida, el silencio de mis años.
El número de
los pasos que me separan de la muerte
son una
incertidumbre líquida
sobre
certezas derramadas.
Y tu gesto, y
el mío,
secretos sin
balanzas.
El precio de
sentirse un dios,
dioses presos
de sus miradas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario