-Abuelo. Abuelo- tuve que insistir
casi gritando-. ¿Cómo anda abuelo?
-Bien, m´hijo, no te sentí llegar.
Me hablaba con cara de hacer
silencio, con los ojos descansados vaya a saber dónde, el peso de su viejo
cuerpo desparramado sobre la reposera y el bastón entre las manos.
-¿Qué hace, abuelo?
-¿Que qué, m´hijo?
-Que qué hace- le grité para que me
escuchara.
-Nada.
-¿No quiere que le prenda la tele o
la radio?
-No, si no escucho nada ya.
-¿Y no quiere que le traiga algo para
leer o unos crucigramas?
-No, m´hijo, ya no veo las letritas.
-¿Pero no se aburre, abuelo?
-No, no me aburro.
-¿Y qué hace para no aburrirse
abuelo?
-¿Y qué voy a hacer? Pensar. Pensar,
no más y recordar. Y ver lo que me está pasando, y cómo llegué acá. Pensar no
más.
Estuve un rato con él y me fui. Él
seguía sentado, con el bastón entre las manos y los ojos descansados, vaya a
saber dónde.
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